Por una vez, casi todo internet parece haberse puesto de acuerdo en algo: “Conan el bárbaro”, de Marcus Nispel,  apesta. No lo hace por representar con mayor o menor acierto el  material original en el que se basa. Esa es una batalla que di por  perdida hace ya mucho tiempo. Cuando al 99% de la población le dices que  en las novelas de Tarzán uno puede encontrarse brujas, razas perdidas,  dinosaurios y hasta hombres diminutos al más puro estilo Liliput, su  primera reacción es pensar que le estás tomando el pelo. El cine nos  tiene acostumbrados a otra cosa. La cabaña en la copa del árbol, con su  salón comedor perfectamente amueblado. Los elefantes amaestrados. La  desnudez políticamente correcta y la puta mona Chita. Hollywood siempre  ha hecho y hará lo que le da la gana con las licencias que compra. Así  que, no, este nuevo Conan no es una mala película por nada de todo eso.  Lo es porque carece de un guión mínimamente lógico, porque está mal  rodada y peor montada, y porque, además, cuenta una historia mil veces  vista, de una forma torpe y carente por completo no ya de interés, sino  de la más mínima coherencia interna. Es mala porque sí; porque pone todo  su empeño en serlo.
En casos como este, da bastante lástima comprobar lo que entienden algunos por cine de "acción-aventura". Películas dependientes por completo de un montaje acelerado y hasta epiléptico, que tratan de impactar más por acumulación de elementos que por un tratamiento visual bien planteado de las secuencias. Hay quien dice que es el curso de los nuevos tiempos. Y a esto lo llaman "cine del caos". Si miramos clásicos del género de aventuras como “Robín de los bosques”, y superamos el shock inicial de ver a casi todo el mundo embutido en aquellos llamativos leotardos de colores sólidos, nos daremos cuenta de que la cámara permanecía la mayor parte del tiempo estática, moviéndose sólo cuando era necesario que lo hiciera. Otro ejemplo aún más extremo: el combate final de “Sanjuro”, secuela de “Yojimbo”, también dirigida por Akira Kurosawa. Un plano fijo que basa toda su potencia en el trabajo contenido de sus actores y en la anticipación del golpe, demorado a propósito.
Comparemos  estos ejemplos con algunos de los títulos más recientes y populares del  género, como pueden ser “El ultimátum de Bourne”, “007 Quantum of  Solace”, el “Origen” de Christopher Nolan o la saga  “Transformers” al completo. ¿Qué tienen todos en común? Sus secuencias  de acción están tan sobrecargadas de planos en movimiento que resultan  difícilmente comprensibles para el ojo humano. De hecho, si llegamos a  asimilarlas como es debido es, en gran parte, por el diseño de sonido,  que las dota de una cohesión de la que, a veces, carecen por sí mismas.  Este no es el caso, porque he escogido una de las mejores dentro de su  estilo, pero como ejemplo de secuencia fuertemente apoyada en el sonido,  viene de perlas.
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Entiendo  la necesidad de innovar, de plantarle cara al síndrome de déficit de  atención que todos arrastramos gracias a la televisión, internet, las  redes sociales y nuestra costumbre de hacer tres cosas a la vez, aunque  al final no acabemos por hacer ninguna. Pero no entiendo por qué las  películas de hoy día tienen que parecer editadas por un simio. Amy,  nuestra entrañable hembra de gorila congoleño, se ha cansado de expresar  sus inquietudes artísticas por medio de los pinceles y ahora se dedica  al montaje cinematográfico. Los productores de Hollywood encuentran que  tiene un toque especial, capaz de elevar el cine de acción contemporáneo  a otro nivel y hacer de la experiencia algo mucho más impactante,  visual y molón que todo lo visto hasta ahora. Y como a los directores no  les parece del todo lícito dejar que toda la responsabilidad recaiga  sobre ella, deciden ayudarla en su tarea, indicando a sus equipos que  agiten las cámaras cual cocteleras, para imprimir más vivacidad a la  mezcla. No es necesario mover tanto las cosas. En serio.
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La  película de Nispel comete algunos de los viejos pecados de anteriores  acercamientos al mundo del cimmerio, y varios que no se habían cometido  hasta la fecha. ¿A alguien le interesa ver el nacimiento de John  McClane, o prefiere disfrutar desde el principio de las aventuras de un  personaje adulto? ¿Hay alguna mente retorcida que considere necesario  ver las sábanas ensangrentadas de la madre de Indiana Jones tras el  parto? ¿Por qué, entonces, ha podido pensar un guionista que ver nacer a  Conan provocaría algo más que vergüenza ajena? Cierto que el director  alemán intenta que su producto se asemeje a las mejores piezas de cine  palomitero reciente, pero carece del más mínimo interés por el material  que tiene entre manos, y subestima la inteligencia del espectador hasta  más allá de lo tolerable. Personajes, objetos y localizaciones aparecen  de la nada, sólo para que la cosa se mueva hacia una dirección. No  importa que esa dirección apunte hacia el centro de la diana del  absurdo. El caso es que se mueva. Se puede disfrutar de una mala  película y encontrar un cierto placer culpable en ello. Pero defender  esto es defender lo indefendible.
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Así  que, sea por el curso de los tiempos, por la inpetitud de los  implicados, o por ambas cosas a un tiempo, tenemos que hablar de fiasco,  oportunidad perdida y absoluta aberración de película a casi todos los  niveles. Salvo a Jason Momoa de la quema, porque no lo  hace del todo mal, me cae bien y creo que le ha tocado una época jodida  para los héroes de acción. De haber nacido veinte años antes, no habría  hecho para nada mal papel junto a gente como Sonny Landham o Carl Weathers  en "Depredador", por poner un ejemplo. Conan es un gran personaje,  capaz de alimentar una franquicia tan longeva como la de James Bond, con  el tratamiento y los talentos apropiados. Se merece algo mucho mejor.  Pero él no llorará por esto. Es Conan, el bárbaro. Ya habrá quien llore  por él.
Información Adicional: seguimos de vacaciones y lo seguiremos estando hasta la fecha prevista. Lo de hoy no es más que un desahogo.
